Jade Ortiz señala que “no dormir o dormir mal aumenta el cansancio, afecta el rendimiento y nuestra repuesta de salud médica. Emocionalmente afecta el estado anímico, aumenta los niveles de irritabilidad, mayor ansiedad, incluyendo la generación de síntomas depresivos asociados al cansancio”.
A casi un año exacto de la llegada del Covid-19 a nuestro país y las posteriores medidas de confinamiento que trajeron como consecuencia la masificación del teletrabajo y las clases a distancia, es evidente que nuestra vida diaria ha cambiado radicalmente. Un ejemplo de esto se puede percibir en la calidad del sueño, que según indica Jade Ortiz, académica de la Escuela de Psicología de Universidad Santo Tomás, se ha visto afectado negativamente debido a la mayor cantidad de tiempo que pasamos frente a las pantallas y el poco espacio que dejamos para otras actividades, como el ejercicio físico.
“Podríamos haber esperado que el impacto en el sueño durante la pandemia fuese positivo: más horas en la casa, menos estrés ambiental asociado a viajar, mayor posibilidad de organización del tiempo, entre otros. No obstante, el impacto ha sido al revés, es decir, de carácter negativo”, señala la docente.
En cuanto a la incidencia de la pandemia sobre la calidad del sueño, dice que “no dormir o dormir mal aumenta el cansancio, afecta el rendimiento y nuestra repuesta de salud médica. Emocionalmente afecta el estado anímico, aumenta los niveles de irritabilidad, mayor ansiedad, incluyendo la generación de síntomas depresivos asociados al cansancio. Sumemos a lo anterior que si nuestras funciones cognitivas y afectivas están afectadas negativamente por un mal sueño, inevitablemente se ve afectado por correlato nuestras conductas asociadas a las relaciones interpersonales y laborales”.
¿Qué ha pasado durante la pandemia? Jade Ortiz responde que “hemos aumentado el uso de pantallas y de horas frente a la pantalla. La vida social, laboral, de entretenimiento y de descanso se ha asimilado a estar conectados. Entonces una situación social nos ha llevado a tener una solución conductual que en muchos sentidos es justa y necesaria, no obstante, no bien manejada nos lleva a desarrollar trastornos del sueño con las alteraciones ya indicadas”.
El problema es que “las pantallas sostienen luz día. Eso implica para el cerebro asimilar que tenemos un largo día y por ende la producción de melatonina (hormona inductora del sueño) decae. Esta hormona se comienza a segregar naturalmente cuando la luz del día se comienza a ir. Si estamos conectados todo el tiempo recibiendo esa luz, nuestro cuerpo no se prepara naturalmente para el sueño, así cuando queremos dormir desarrollamos insomnios, o no alcanzamos a entrar en estados profundos de sueño. Sabemos que durante la noche pasamos por varios ciclos que inducen al cuerpo a una mayor profundidad, y nuestro cerebro cambia de ondas permitiendo las reparaciones y descansos necesarios, cuando eso no ocurre sometemos nuestro cuerpo a estrés”.
Jade Ortiz añade que “la pandemia ha facilitado que la frecuencia y cantidad de tiempo frente a pantallas sea mayor. La adicción a pantallas implica que las personas postergan sus horas de sueño por usar las pantallas. En este sentido, sus cerebros se quedan literalmente pegados en la acción que estaban haciendo en la pantalla y aunque inicien el sueño, éste no logra ser reparador porque ese cerebro aún está activo. La recomendación es dejar de usar las pantallas al menos una a dos horas antes de irse a dormir, aunque esta instrucción es cada vez más difícil de seguir debido al contexto de pandemia y a los malos hábitos que hemos desarrollado en ella”.
Otro punto que destaca la académica de Universidad Santo Tomás es que “la falta de actividad física que implica el encierro por cuarentena hace que el cuerpo entre en un estado de hibernación, ya que gastamos menos energía. En este sentido, algunas personas reportan mayor cantidad de sueño, pero menos reparador, ya que no se equilibra el gasto energético y la secreción de otras hormonas que acompañan el buen dormir y el buen despertar. Asimismo, personas con altos montos de energía, al no poder gastarla adecuadamente, reportan mayor tasa de insomnio que en otras épocas”.
“Finalmente, existe una correlación significativa entre el sueño y la obesidad. Las personas que duermen menos o mal tienen mayor predisposición a subir de peso y desarrollar obesidad. Pensemos entonces que en pandemia el aumento de peso y los trastornos del sueño han aumentado”, comenta.
¿Qué se puede hacer ante este escenario? La representante de la Escuela de Psicología concluye que se debe “tomar conciencia, cambiar de hábitos y consultar en los casos que se requiera para poder volver a dormir y sanar nuestro cuerpo y nuestra mente”.