Jorge Valdés y Angélica Silva, académicos de la Escuela de Fonoaudiología de UST Viña del Mar, entregan algunas recomendaciones para que los padres detecten señales de alerta que hacen aconsejable la intervención de un profesional.
Si un niño se demora mucho en decir su primera palabra. Si maneja un vocabulario reducido. Si no se le entiende lo que dice. Si le cuesta pronunciar la “erre” o se equivoca con los verbos. Todas estas situaciones generalmente son citadas como señales de alerta para consultar a un fonoaudiólogo. Pero hay muchas más. Jorge Valdés y Angélica Silva, director y jefa de carrera de la Escuela de Fonoaudiología de Universidad Santo Tomás sede Viña del Mar, entregan recomendaciones para que los padres detecten cuándo deben recurrir a un profesional.
Lo primero que explican es que los problemas de comunicación se pueden detectar incluso antes del desarrollo del lenguaje. “Hay que ver si el bebé tiene intención comunicativa, si balbucea, si mira a los ojos, si busca jugar con otro”, explica Angélica Silva. Jorge Valdés complementa señalando que “antes que el niño hable, hay que fijarse si reconoce voces de familiares, si se asusta con ruidos, si pone atención al entorno. Si no lo hace, habría que preocuparse”.
LAS PRIMERAS PALABRAS
“Lo que dice la norma es que al año de vida el niño ya debería decir su primera palabra. En realidad, el plazo no es tan rígido, pero si al año y medio no dice ninguna palabra, podemos pensar que hay un retraso del desarrollo expresivo”, añade la jefa de carrera. El problema es que los padres muchas veces “esperan que sea el pediatra quien les dé la alerta. Y si les toca un pediatra que no le da mucha relevancia al desarrollo del lenguaje, se pierde mucho tiempo. También pasa que les responden ‘no se preocupe, ya va a hablar, es normal, tenga paciencia’”.
“Las mamás consultan mucho porque no entienden lo que hablan sus hijos. Llegan diciendo ‘tiene tres años y no le entiendo’. Entre los dos y tres años es normal que solo le entiendan los más cercanos, pero después de esa edad ya deberían ser capaces de contar lo que hicieron en el día, no todo, pero sí lo más significativo para ellos”, agrega Angélica Silva.
PROBLEMAS A LOS TRES Y CUATRO AÑOS
Otro momento en el que los padres suelen acercarse a los fonoaudiólogos es el inicio de la vida preescolar. “A los 3 o 4 años aparecen signos que son más notorios y que los papás detectan, entonces piensan que deberían buscar ayuda. En esa época el lenguaje de los niños comienza a perfeccionarse y si hay problemas, se hacen evidentes. Pero hay que tener ojo, porque puede ser que esos problemas sean parte de su desarrollo normal, como que no sepan pronunciar la “erre” o aparezca tartamudez. Ante la duda, lo mejor es consultar, por último, para descartar”, sugieren.
“Más que ver si pronuncia bien, hay que ver si son capaces de construir una oración, usar artículos, verbos. También hay que fijarse en las dificultades comprensivas, si les dan una instrucción compleja y entienden solo la mitad. Esos puntos son muy relevantes”, añade la jefa de carrera.
Y es en este momento cuando los padres evalúan la opción de enviar a sus hijos a una escuela especial de lenguaje, lo que -según ambos docentes- puede ser una buena alternativa “siempre y cuando haya un diagnóstico real y el niño efectivamente tenga la atención que necesita. Siempre será positivo que un niño pueda recibir atención especializada, sobre todo si no tiene otra forma de acceder a ella”. Además, hacen un llamado a derribar ciertos mitos: “algunos papás creen que si llevan a sus hijos a una escuela de lenguaje van a hablar peor o van a aprender más lento. No es así. Los trastornos o retrasos no se contagian”.
FONOAUDIOLOGÍA INFANTO-JUVENIL
Existe otra creencia que los académicos de Santo Tomás Viña del Mar quisieran desterrar y es pensar que solo los niños pueden necesitar apoyo de un fonoaudiólogo. “Hace no muchos años los tratamientos llegaban hasta los seis o siete años, se hablaba de la fonoaudiología pediátrica o infantil, pero ahora ya hay más instrumentos e información para el área infanto-juvenil”, aseguran.
“Es bueno recalcar que los trastornos no se acaban a los seis años y el trabajo de acompañamiento tampoco se acaba a los seis años. Un adolescente puede venir a consultar porque tiene problemas de lenguaje que obviamente no son los mismos de un niño de tres años, tiene otros problemas más relacionados con el manejo discursivo. Quizás no sabe fundamentar o no sabe organizar sus ideas, entonces ya no se trata de evaluar si puede decir ‘el perro ladra’, sino que pueda contestar una pregunta, argumentar, tener una conversación fluida o analizar un texto”, explican.
“Lo que también ocurre ahora es que niños que no fueron diagnosticados antes, a los ocho años empiezan a tener problemas de conducta en el colegio, son muy inquietos, no siguen instrucciones, etcétera. Un fonoaudiólogo lo puede evaluar y se ha encontrado que a esa edad evidencian dificultades de comprensión de lenguaje que en edades más tempranas no se notaban. En definitiva, lo que hay que entender es que antes se pensaba que el fonoaudiólogo trabajaba con niños de entre tres y seis años, pero en verdad es importante trabajar antes de los tres años y después de los seis”, concluyen.