Jaime Álvarez, coordinador de campos clínicos de la Universidad de Playa Ancha (UPLA), relata su experiencia trasladando a enfermos críticos de COVID-19 a bordo de las “UCI con alas”.
“Todavía recuerdo al primer paciente COVID que trasladé en una ambulancia aérea. Era una mujer de 42 años, que estaba muy asustada. Aún no había protocolos establecidos como ahora, por lo tanto, el resultado fue que todos los profesionales que íbamos con ella nos contagiamos”.
Este es parte del relato de Jaime Álvarez Álvarez, enfermero y coordinador de campos clínicos de la Universidad de Playa Ancha (UPLA), quien desde hace dos años forma parte de uno de los equipos médicos que realiza traslados aéreos de todos los pacientes COVID-19 que están en estado crítico y que vuelan por los cielos para encontrar una cama en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
Su experiencia es vital para comprender cómo afecta la pandemia en la vida de las personas, no solo por la experiencia que tiene como profesional, sino también como paciente. Desde ahí, comparte su experiencia, intensa, emocionante y arriesgada.
“En primera instancia resultaba un tanto aterrador, para todos los que recién estábamos en contacto con este (virus) nuevo que vino a cambiar todos los paradigmas que teníamos establecidos de lo que era la salud en Chile… ya vamos por un segundo año que, en un principio fue bastante difícil, complejo de abordar, con muchas interrogante, con mucho miedo… no había protocolos establecidos”, precisa el profesional.
“UCI CON ALAS”
Jaime Álvarez explica que si la atención de paciente UCI ya es compleja, lo es mucho más cuando este paciente crítico debe ser trasladado en avión. Asegura que la altitud y el cambio de presión es muy riesgoso para este tipo de pacientes, por lo cual requieren de la asistencia de un equipo de profesionales integrados por un médico, un enfermero clínico y un técnico paramédico. El objetivo: vigilar al paciente en todo momento, para asegurar que sus niveles sean constantes, especialmente en el despegue y en el aterrizaje, pues en dichas ocasiones el paciente se descompensa.
En cuanto al equipamiento, precisa que al paciente lo trasladan con un ventilador mecánico de transporte, monitores multiparámetro, desfibrilador y electrocardiograma, bombas de infusión para todo tipo de medicamentos, red de oxígeno central, cilindros de oxígeno portátiles, kit de inmovilización, insumos para manejo de vía aérea y bombas de aspiración, entre otros.
Sin embargo, más allá de los aspectos técnicos, hay un fuerte componente emocional que se genera con estos pacientes, pues sienten mucho miedo y angustia al no saber qué ocurrirá con ellos. En esos momentos, las palabras del profesional que los recibe en la losa del aeropuerto son clave, porque los tranquiliza y los anima a seguir luchando por su vida.
“Hay gente que solo con la mirada te da las gracias y ese contacto humano no tiene ningún precio. Entonces, vale la pena andar muerto de sueño, vale la pena no haber comido, no haber almorzado a veces por dos o tres días, dormir mal… todos los sacrificios valen la pena cuando tú logras ver que esa persona se salvó y está reincorporado con su familia”, afirma Jaime Álvarez muy emocionado, quien vivió en carne propia la enfermedad, tras contagiarse en su primer traslado de paciente COVID-19 en lo que él llama “UCI con alas”.
Evidentemente afectado, recuerda que en ese momento estaba separado y a cargo de sus dos hijos. Por lo tanto, cuando su PCR salió positivo al virus (hasta ese momento desconocido), pidió que sacaran a sus pequeños de la casa. Él entró a una residencia sanitaria. La madre de sus niños (enfermera UCI), también se contagió, por tanto, toda su familia estaba en riesgo.
“Y cuando yo salí positivo, lo primero que tuve que hacer es llamar a un familiar para que fuera a buscar a los niños y se los llevara de mi casa y después irme a una residencia sanitaria. No pude estar a cargo de ellos, entonces fue desastroso y doloroso, porque son niños pequeños. Evidentemente, estaban asustados y la mamá después también se infectó, ella se complicó un poquito más, así es que estábamos muy asustados como familia sobre lo que iba a ocurrir”, dice el profesional, quien si bien superó la enfermedad, quedó con su capacidad respiratoria reducida y con trastornos del sueño. A pesar de lo anterior, se siente agradecido de estar hoy con vida, porque a través de su labor profesional y compromiso puede seguir ayudando a otros.