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Agustín Squella y Gastón Soublette debaten en torno al concepto de dignidad en la sociedad

En conversatorio virtual el candidato del distrito 7 y el filósofo residente en Limache reflexionaron sobre uno de los valores que condiciona la existencia humana.

“La dignidad podría ser la piedra dorsal que guíe la nueva constitución”, sostuvo el filósofo Gastón Soublette luego que el candidato por el distrito 7 y Premio Nacional de Humanidades, Agustín Squella, le señalara que para él la primera disposición de la futura carta fundamental debería ser la consagración de la dignidad como el valor superior del ordenamiento jurídico y constitucional futuro porque “todas las personas nacen y permanecen iguales en dignidad y en ésta se basan ciertos derechos que se reconocen a todas ellas sin excepción”.

¿Pero en qué reside esa dignidad? fue la pregunta que atravesó el conversatorio virtual que ambos sostuvieron y en el que reflexionaron sobre la existencia humana desde distintas ópticas.

Para Squella  la dignidad es “el especialísimo e irrenunciable  valor que nos reconocemos intersubjetivamente y que no se pierde nunca, cualquiera sea la biografía de la persona; incluso, aunque pudiera atentar contra su propia dignidad, ésta no la pierde.  Lo sintetizo con la expresión de Antonio Machado: nadie es más que nadie”.

Soublette, aludiendo a la sabiduría ancestral, recalcó que “para la mayoría de los pueblos antiguos había una misión del hombre en tres planos: corporal; psíquico y espiritual” e indicó que en lo espiritual pueden darse diversas interpretaciones: “Para los mapuches está el cuerpo que ellos llaman kalil y que significa la otra roca, como si fuéramos una roca distinta, no la de piedra; luego viene el am que es toda la constelación síquica y al final está en el centro lo que definen el núcleo de la conciencia, el espíritu, y que llaman tülli. Entonces la palabra Pillán es la unión de tülli y am. Es el espíritu el que debe comandar a la naturaleza síquica porque cuando la constelación síquica somete al espíritu, ahí se pierden los valores”.

El filósofo sostuvo que “todos los pueblos estaban de acuerdo en que en ese elemento que llaman espíritu es donde reside lo más noble del hombre y se toma conciencia de ello en la medida que el espíritu toma la dirección de la vida de un hombre. Esa sería la explicación filosófica y antropológica de lo que se llama dignidad. O sea, la dignidad es la conciencia. Ser seres conscientes es lo que nos hacer tener la dignidad que tenemos”.

Squella  aclaró su visión remarcando que “creo que la existencia de cada individuo no es más que un brevísimo haz de luz entre dos inconmensurables oscuridades: la oscuridad que precedió nuestro nacimiento y la oscuridad que sigue después de morir. Pero, como dice Claudio Magris, en el intertanto bien podemos tomarnos un vaso de vino. Pero vino significa cualquier cosa que nos permita dar sentido a nuestra vida como el amor, la amistad, el cultivo de las artes; y el vino se toma en comunidad no solo”.

Para Soublette “inventarle sentido a la vida sería repetirse. La vida tiene un sentido de preexistencia. El Hombre nace rodeado de sentidos. Ahora no es necesario creer en Dios para ser una buena persona. ¿De dónde se sacan los valores para definir a una buena persona? Bueno no se dan cuenta que lo están sacando de la base de valores del cristianismo porque se puede tomar a Jesús como un maestro y no como un hijo de Dios y eso también es válido”.

LOS ORÍGENES DE LA DIGNIDAD

 Ante la consulta de Squella respecto al origen del valor de la dignidad Soublette sostuvo: “Es muy antiguo, se remonta al paleolítico, lo que se llama la revolución cognitiva que se remonta a 70 mil años atrás, y para ligarlo con la Biblia, bueno, en los momentos en que Dios sopló en las narices de Adán fue un soplo de vida que lo convirtió en alma viviente, lo que es una manera de decir en términos mitológicos lo que fue la revolución cognitiva; ahí el hombre descubrió que era alguien y que los demás de su tribu también eran alguien tan respetable como él y de ahí nace esta concepción tripartita del hombre. Todos nacemos con un tremendo potencial psíquico que debemos desarrollar; entonces impedir a alguien desarrollarlo esclavizándolo, engañándolo…bueno eso es el mal por excelencia. Los hebreos, ya en tiempos de Moisés, tenían el principio del ama a tu prójimo como a ti mismo. Confucio dice lo mismo. Y ¿por qué? Porque se nace con el mismo potencial y el destino del hombre es desarrollarlo de modo que el núcleo de la conciencia se posesione de ese hombre para que sea virtuoso y tenga valores. Pero una sociedad tan desigual como la nuestra impide a gran parte de la humanidad su desarrollo interior”.

Desde una mirada laica del concepto el ex rector de la Universidad de Valparaíso indicó que “hay una idea laica de la dignidad, laica en el sentido que se desapega de la idea de Dios; es decir una persona no creyente igual puede creer que la dignidad debe ser un valor superior y aunque no seamos hermanos, porque no somos hijos de un mismo padre biológico, ni hermanos en sentido religioso, igual estamos obligados a comportarnos como si lo fuéramos y a tratarnos bien. Ahora, este reclamo por un mejor trato está instalado muy hondo en la sociedad chilena y cómo no llegar a la conclusión de que nos estamos tratando mal unos a otros. La pregunta es ¿cómo se puede dar un vuelco de conciencia para que los valores de la cultura humana no se debiliten? Actuando sobre la base de diagnósticos del tipo de sociedad que tenemos porque no podemos estar complacidos del tipo de sociedad que tenemos en Chile; estamos de alguna manera indignados y eso puede ser el pie para darnos cuenta de una vez qué podríamos corregir”.

Squella añadió que “usted menciona que existe una suerte de empobrecimiento ético, pero hay también un empobrecimiento lingüístico. Hemos perdido las palabras y al perder las palabras perdemos las cosas que se nombran; perder lenguaje es perder algo más que palabras, hemos perdido realidad. Este doble empobrecimiento es muy apabullante”.

En esa línea agregó que “se culpa mucho a la clase política y con justa razón, pero pocas veces se culpa al sistema económico. Quizás muchos de los padecimientos son atribuidos a la adopción de un sistema económico capitalista reforzado por el neoliberalismo que va más allá de lo económico; tiene una idea del hombre y de la sociedad; o sea es una antropología y una sociología porque su postulado es que lo que prevalece es un homos económico. Trabaja por su propio interés y compite con los demás postergando a los demás en virtud de sus intereses personales. El neoliberalismo niega que exista la sociedad. Margaret Thatcher llegó a decir que la sociedad no existía y que sólo existen los individuos y sus familias”.

Soublettte recordó que “en el siglo XVII Francis Bacon partió señalando que toda la verdad está en la biblia y que los esfuerzos que el hombre haga con sus propias aptitudes para encontrar la verdad son inútiles y ese esfuerzo inútil debe emplearlo en el progreso de las artes útiles y el comercio por lo que la generación de riqueza será el motivo principal de la cultura humana. Antes Calvino dijo que la prosperidad es un signo del favor divino y la pobreza un signo de la reprobación divina. Una doctrina diabólica. Y luego viene Adam Smith a decir que la sociedad no está formada por familias, ni comunidad, sino que por individuos. Es curioso que Thatcher haya proclamado lo mismo que Smith. Y esto no promueve la solidaridad, porque ésta no vende, sino que el individualismo. Encuentro terrible que todavía estén vigentes”.

“Hay que ser esperanzados porque como dice Adriana Valdés la esperanza es una opción moral”, concluyó Squella a lo que el filósofo residente en Limache agregó: “Muy de acuerdo; la esperanza es un derecho”.